Narrativa del siglo XlX en colombia
Romanticismo
El Romanticismo es el movimiento artístico, cultural y literario que se produjo a finales del siglo XVIII en Inglaterra y Alemania, extendiéndose luego a otros países de Europa y América. El Romanticismo rompe con las ideas de la Ilustración y el Neoclasicismo.
Autores principales
Jorge Isaacs
Autores principales
Jorge isaacs
Jorge isaacs
Cali, 1837 - Ibagué, 1895) Escritor colombiano que debe su fama a la novela sentimental María (1867), uno de los títulos más representativos de Romanticismo hispanoamericano. Jorge Isaacs realizó sus estudios de primaria en la escuela de Cali y en Popayán y los continuó en la capital de la República entre 1848 y 1852. Regresó a Cali sin terminar el bachillerato debido a la difícil situación económica de su familia, lo que le hizo olvidar su sueño de ir a estudiar medicina a Inglaterra.
Jorge Isaacs
En 1854 participó en las campañas del Cauca contra la dictadura del general José María Melo. Dos años después contrajo matrimonio con Felisa González Umaña. En 1860 volvió a tomar las armas en defensa del gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez, contra el que se había sublevado el general Tomás Cipriano de Mosquera.
Un año después fue nombrado subinspector de los trabajos que se realizaban en la construcción del camino de Cali a Buenaventura. Durante este año de labores en el campamento de La Víbora, en el clima adverso de las malsanas selvas del Dagua, Jorge Isaacs inició la redacción de su novela María, aprovechando los tiempos de descanso y las horas nocturnas. Allí contrajo el paludismo, enfermedad que lo llevaría a una muerte prematura; renunció al empleo y regresó a Cali a terminar la redacción de la obra.
El 16 de marzo de 1861 murió su padre, suceso que le obligó a dejar a un lado su afición por la anatomía, la botánica y la medicina y a dedicarse a salvar de la ruina las haciendas y negocios de la familia. No logró cancelar las deudas, motivo por el cual le entregó todos los negocios a su hermano Alcides. De vuelta a Bogotá, se instaló como comerciante: abrió un almacén en el que vendía telas, herramientas y cristalería importada que anunciaba en los avisos de los periódicos.
Por iniciativa de su amigo José María Vergara y Vergara, publicó su primer libro de Poesías (1864) e hizo su aparición literaria por mediación del grupo constituido en torno al semanario El Mosaico (el mismo Vergara, Eugenio Díaz, José Manuel Marroquín), donde Isaacs empezó a dar a conocer algunos de sus escritos. Representó al Estado de Tolima en el Congreso de 1868 y 1869. Por esos años experimentó un drástico giro ideológico: Isaacs, que siempre había sido conservador, pasó en 1869 a engrosar las filas del partido radical. Esta conversión no le fue perdonada por muchos de sus antiguos copartidarios y le causó burlas y rencores hasta el final de su vida. Fue nombrado Secretario de Gobierno del Cauca y simultáneamente Secretario de Hacienda (1870).
En 1871-1872 representó a los Estados Unidos de Colombia como cónsul general en Chile. En 1873 regresó nuevamente a Colombia y se dedicó a organizar la educación en Cali. Se preocupó por la calidad de la enseñanza en todos sus aspectos, tanto en la preparación y capacitación de los maestros como en la dotación de los centros educativos; promovió la educación de la mujer y procuró la creación de escuelas nocturnas, agrícolas y de oficios. Seguidamente ocupó el cargo de superintendente general de Instrucción Pública Primaria en el Estado del Cauca (1875) y en el de Tolima (1883-1884).
En enero de 1880 se autoproclamó Jefe Civil y Militar de Antioquia; al no encontrar el apoyo del gobierno central ni de su partido, tuvo que rendirse y fue expulsado de la Cámara. Tras el fracaso del intento revolucionario antioqueño se estableció con su familia en Ibagué y abandonó la política. Rafael Núñez lo nombró secretario de la Comisión Científica en 1881 y comenzó su vida de explorador. Realizó su primer viaje desde Santafé de Bogotá hacia el estado del Magdalena, exploró la región occidental, los desiertos de Aracataca (donde descubrió yacimientos carboníferos) y visitó la Sierra Nevada y la Guajira.
Después de una pausa, reanudó sus exploraciones por la región meridional de Cundinamarca, donde descubrió cavernas con restos humanos muy antiguos. En noviembre de 1886 recorrió la zona de Sevilla, Aracataca, Fundación, Montería, Ronda y Masuga; también allí descubrió yacimientos de hulla, petróleo y fosfato de cal. Pasó sus últimos años con su familia en Ibagué, donde falleció.
Su obra literaria
En mayo de 1867 apareció en Bogotá su obra cumbre, María, novela que alcanzó un éxito inmediato, hasta el punto de reeditarse en más de veinte ocasiones a lo largo del siglo XIX. Reconocida por la crítica literaria como la mejor novela romántica de la América Latina, María ha proporcionado a su autor el lugar que en la historia literaria corresponde a los clásicos universales.
La anécdota de la obra, narrada en primera persona por el protagonista, es mínima. Efraín, terminados sus estudios, regresa a la hacienda paterna, en el valle del Cauca; allí encuentra de nuevo a su prima María, joven de quince años, adoptada por la familia. El amor, primero levemente insinuado, se convierte después en una pasión avasalladora, mientras sombríos presentimientos (la enfermedad de María, la misteriosa ave) anuncian el triste final. El padre de Efraín decide enviar al muchacho a Inglaterra para que curse estudios de medicina; al año una carta le anuncia la grave enfermedad de María. Efraín regresa a su casa, pero ya es tarde: los últimos momentos vividos por la amada los conocerá a través de la narración de su hermana Emma.
Casi la totalidad de la obra relata la estancia de Efraín en la hacienda, desde su vuelta del colegio de Bogotá hasta su marcha a Inglaterra. En un admirable "tempo lento", el autor nos presenta en esta parte central el mundo idílico de las relaciones entre los dos enamorados, hecho de silencios, equívocos, medias voces, secretos, palabras no pronunciadas, adivinaciones, juegos de manos, miradas... Y, a su alrededor, el escenario real de la tierra del Cauca.
Motivan este doble aspecto, de idilio y realidad, las dos corrientes literarias que confluyen en la novela: la romántica y la realista. La primera proviene del pasado; es la corriente de la novela sentimental, que en la obra tiene su muestra más importante en el exotismo del cuento de esclavos de Nay y Sinar, desarrollado en un marco africano. La segunda, cara al futuro, anuncia algunas características de parte de la novela hispanoamericana, y dentro de ella tiene lugar el máximo acierto de Jorge Isaacs: el descubrimiento del paisaje americano. Problema muy discutido por la crítica ha sido el del valor autobiográfico de la narración: en algunos momentos es indudable que Isaacs refleja su experiencia directa y familiar.
Algunas obras
“la novela La maria”
Costumbrismo
Los datos existentes provienen de una biografía escrita por José María Vergara y Vergara (cofundador, con Díaz, del periódico El Mosaico, escritor costumbrista y primer historiador de la literatura colombiana) para el periódico El Iris, en el segundo aniversario de la muerte de Eugenio Díaz Castro, de algunos comentarios autobiográficos aparecidos en sus artículos de costumbres y del testimonio de amigos y contertulios. Hijo legítimo de José Antonio Díaz y Andrea de Castro, fue bautizado el 8 de septiembre de 1803, por fray Silvestre Polanco, cura doctrinero, y sus padrinos fueron el escritor José Joaquín Ortiz y Josefa Díaz, según consta en el libro 10 de bautismos del Archivo Parroquial de Soacha. Recibió sus primeras enseñanzas de Casimiro Espinel y después pasó al Colegio de San Bartolomé, donde tuvo por condiscípulos a Florentino González y Ezequiel Rojas, dos de los más importantes políticos liberales de los primeros años de la República.
Sin embargo, debido a una afección al pecho y a las secuelas de un accidente sufrido al caer de un caballo cuando iba a visitar a su familia, Díaz Castro tuvo que retirarse del colegio y continuar sus lecturas y estudios por su cuenta, en la hacienda Puerta Grande, propiedad de sus padres. De aquí en adelante y hasta 1858, cuando se le presentó a Vergara y Vergara en su casa, con los originales de Manuela bajo el brazo, sólo conocemos algunos datos aislados sobre su vida. Sabemos que para sobrevivir se dedicó a las labores del campo, a veces como propietario y a veces como mayordomo, en distintos lugares de la Sabana de Bogotá y de tierra caliente.
En el artículo autobiográfico "Mi pluma", en el que describe las diferentes plumas que ha usado a lo largo de su vida (en la escuela fue de castilla, de ganso en la Sabana, de pava y guacamaya en tierra caliente, de guala en los trapiches, y, por un capricho de la suerte, fue del reino mineral en Ambalema, y del vegetal en un establecimiento de pastales en que la usé de un cañón de pasto de guinea), don Eugenio hace un rápido recorrido de sus andanzas: “Cuando vivía solo en un establecimiento entre los montes, cuando atravesaba los ásperos caminos, o cuando no tenía yo con quién conversar sino con mis arrendatarios o peones [...] cuando estuve en Ambalema, morando entre un salón lleno de prensas de tabaco [...] Qué fidelidad la de mi pluma, que me hizo soportables mis penas, desde los montes fríos de la cordillera de Subia hasta los ardientes arenales del Magdalena, lo mismo entre la quina, que entre la caña, que entre el hostigoso y ardiente tabaco de los caneyes.”
Al parecer, Díaz Castro no participó en las guerras de Independencia, quizás a causa de su mala salud, y tampoco tomó parte en las numerosas guerras civiles que siguieron a la batalla de Boyacá. En un artículo aclaratorio de su identidad (a propósito de la publicación de una lista de miembros de un partido político, en la que figuraba un homónimo suyo), firmado el 13 de febrero de 1850 y aparecido en El Patriota Imparcial, Don Eugenio decía nunca haberse enrolado en sociedades políticas, ni pertenecer a ningún bando:
“Una larga experiencia me ha enseñado que la sangre que se derrama en la Nueva Granada para que suban a los puestos nuestros padrinos, prohombres, o candidatos es infructuosamente perdida, porque lo mismo, con cortas excepciones (excepciones que no valen la pena del sacrificio de la vida) mandan todos los partidos; y para el que vive del sudor de su frente en un retiro, donde las plantas no crecen por influencias de Palacio, lo mismo es que mande el candidato A que el candidato B, siendo un ciudadano que merezca aceptación entre las mayorías.”
Sin embargo, confesaba haberse alistado como soldado en la cuarta compañía del batallón Guardia Nacional de Ambalema, cuando el general ecuatoriano Juan José Flórez amenazó con invadir la Nueva Granada en 1848. En ese tiempo, Don Eugenio dirigía un negocio de prensas de tabaco en Ambalema. Hacia 1851 escribía desde el seno de las montañas que están debajo de la cordillera de Subia Occidental [...] entre las húmedas y oscuras selvas, en medio de la ranchería de la peonada que saca quina. Lo encontramos después como mayordomo de la hacienda Junca, importante trapiche que llegaba a contar con 500 arrendatarios, en jurisdicción del municipio de Mesitas del Colegio; allí escribió sus primeras obras, entre ellas Manuela, en una antigua mesa de nogal barnizada de negro y con signos masónicos [... ] ya en las cubiertas de las cartas que el autor recibía de su familia y amigos, ya en otros desiguales pedazos de papel, según cuenta Isidoro Laverde Amaya en sus Fisonomías Literarias de colombianos (1880).
En 1857 se trasladó a Bogotá para acompañar y atender personalmente a su madre enferma. En noviembre de 1858, un amigo le publicó su novela corta Una ronda de don Ventura Ahumada, su primera producción, escrita hacia 1854 en la hacienda Junca, y editada en la Imprenta de la Nación, de propiedad de Lázaro María Pérez. Con este folleto de 44 páginas, en el que el protagonista es un personaje real, don Buenaventura Ahumada, jefe político y de policía de Bogotá entre 1825 y 1830, Díaz Castro se dio a conocer como escritor y comenzó a disfrutar de un relativo éxito. A partir de este momento, comenzó a colaborar con Biblioteca de Señoritas.
El 21 de diciembre de 1858, Eugenio Díaz Castro se presentó en la casa de José María Vergara y Vergara, enviado por Ricardo Carrasquilla y llevando los originales de su novela. Quería proponerle que fundaran un periódico literario. Vergara se entusiasmó con la idea, y salieron enseguida a hablar con José Antonio Cualla, quien estaba montando una imprenta. Así nació El Mosaico, cuyo primer número salió el 24 de diciembre siguiente. Según Vergara, Eugenio Díaz era un hombre de edad madura: las canas de su cabeza acusaban en él cincuenta a sesenta años; pero su vivaz mirada que atravesaba los lentes de sus espejuelos, le daba un aspecto juvenil que contrastaba con su cabeza cana. Venía primorosamente afeitado y aseado.
Vestía ruana nueva de bayetón, pantalones de algodón, alpargatas y camisa limpia, pero no traía corbata ni chaqueta. Este vestido, que es el de los hijos del pueblo, no engañaba: se veía sin dificultad que si así vestía era por costumbre campesina; pero su piel blanca, sus manos finas, sus modales corteses, sus palabras discretas, daban a conocer que era un hombre educado. Y en cuanto a su personalidad, Vergara afirma: Por modestia, por costumbre, y aun por no tener de sobra los recursos, no quiso vestir traje cortesano.
Se exhibió como escritor, pero de ruana. Nunca le dio vergüenza no tener levita. Este traje formaba parte de sus virtudes; una de ellas era la de ser tan riguroso republicano, tan riguroso cristiano, que se iba al cuaquerismo. No tomaba vestido cortesano, no toleraba que los domésticos le llamasen amo; no hallaba a nadie inferior a él. No tenía embarazo ninguno, ni se mostraba encogido cuando hablaba con personas de alta posición; en cambio no tenía orgullo ni manifestaba desdén o tosca familiaridad cuando hablaba con un criado. Eran para él literal y prácticamente iguales todos los hombres. Era fervoroso creyente de los dogmas de la Iglesia Católica con todo el dulce y tierno apego de las almas honradas y de los espíritus rectos, pero sin la intolerancia de las almas incultas o malas.
Su programa en política era conservador, y a pesar de ser un perfecto republicano, o mejor dicho, por la misma razón de ser un republicano perfecto, no aceptaba la democracia anárquica. En sus amistades era constante y delicado, sin imponer ni aceptar pretensiones, sin cultivar cumplimientos, sin cambiar nunca lo cordial por lo familiar. Eugenio Díaz y José María Vergara fundaron la tertulia de El Mosaico, a la que rápidamente se unieron José Joaquín Borda, José Manuél Marroquín, Medardo Rivas, Manuel Ancízar, José María Samper, José Manuel Groot, José Caicedo y Rojas, Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos) y José David Guarín, entre otros; y Manuela comenzó a aparecer, por entregas, en el periódico.
Díaz continuó con sus colaboraciones en diferentes diarios, por las cuales recibía una remuneración mensual; sin embargo, algunas veces sus amigos y contertulios tenían que prestarle dinero. En 1861 enfermó y tuvo que enclaustrarse, suspendiendo sus artículos. Pasó sus últimos cinco años en cama, muy impedido, aquejado de una enfermedad crónica, incurable y dolorosa, según Vergara. No obstante, desde su lecho de enfermo escribió El rejo de enlazar, Los aguinaldos en Chapinero y 32 capítulos de Pioquinta o El valle de Tenza, que no alcanzó a terminar. Murió el 11 de abril de 1865, al empezar la tarde. "Todos sus amigos y admiradores concurrieron afligidos a alzar sobre sus hombros el féretro en que, vestido de un hábito de franciscano, descalzos los pies, la cara apacible y serena, yacía el ingenioso escritor don Eugenio Díaz, cuyo cuerpo está ya entregado a esta tierra en la que siempre vivirá su memoria”, escribió Vergara En cuanto a su obra, Eugenio Díaz Castro escribió cinco novelas, todas publicadas póstumamente, dos novelas cortas (Una ronda de don Ventura Ahumada y María Ticince o Los pescadores del Funza, de tema indigenista) y numerosos artículos y cuadros de costumbres. Manuela, su obra más conocida, elogiada por Vergara y Vergara, Miguel Antonio Caro, Jorge Isaacs, Salvador Camacho Roldán, Baldomero Sanín Cano, Tomás Rueda Vargas, Rafael Maya y otros, comenzó a salir con el primer número de El Mosaico, en 1858, pero su publicación fue suspendida en el capítulo 8 porque, según Vergara, Don Eugenio no quería poner en limpio los confusos borradores.
En 1866, Manuela apareció como parte de la colección Museo de cuadros de costumbres, dirigida por Vergara, y sólo hasta 1889 fue publicada en una edición independiente, por la Librería Española de Garnier Hermanos en París. El rejo de enlazar, que recrea los acontecimientos de la revolución contra la dictadura del general José María Melo en 1854, en medio de un ambiente campesino en el que se describen minuciosamente las faenas agrícolas, se publicó como folletín del diario La América en 1873. Los aguinaldos en Chapinero, pintura costumbrista de Chapinero hacia 1850, fue publicada también en 1873 por el periódico La América.
Pioquinta o El Valle de Tenza, su última e inconclusa novela, sobre el guerrillero conservador Román Carranza, que en 1861 vengó a su hermano asesinando a 62 de los 63 hombres que componían la partida que le dio muerte, empezó a aparecer como folletín de El Bogotano, un mes y quince días después de la muerte de Díaz Castro, en 1865. Y Bruna la carbonera, originalmente titulada Las aventuras de un geólogo, su tercera novela, exaltación de la figura del naturalista que descubre un mundo campesino y desconocido para el hombre culto, apareció como folletín en El Bien Social, entre noviembre de 1879 y mayo de 1880. Eugenio Díaz Castro vivió en un tiempo en el que Colombia, recién salida de la dominación colonial, buscaba el mejor modo de construir la República. Fue un período de agitación política e ideológica y, al tiempo, un momento de auto descubrimiento.
Mientras en los diarios se debatían las ideas y los diferentes proyectos políticos, sociales y económicos; en el arte y la literatura, los pintores y escritores volvían los ojos sobre lo propio, las costumbres, las tradiciones, los personajes, los objetos, el paisaje de un país que necesitaban conocer para gobernar. Se trataba de un país escindido en dos mundos totalmente separados: el de los terratenientes y el de los campesinos, el mundo de los de casaca y el mundo de los de ruana.
Así, influenciados por el costumbrismo español de autores como Mariano José de Larra y Ramón de Mesonero Romanos, y guiados por la máxima de la escritora costumbrista Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Bóhl de Faber): “Los cuadros de costumbres no se inventan, se copian”, que aparecía como epígrafe de Manuela, los costumbristas colombianos emprendieron la labor de describir la realidad nacional. De ahí salió Eugenio Díaz Castro, celebrado por su exactitud y veracidad, su espontaneidad, su sencillez, su viveza, su ingenio y sensibilidad para descubrir en el mundo rural, especialmente de la tierra caliente, interesantes y poéticos caracteres y objetos; y también especialmente celebrado por la intención crítica y analítica de sus obras, con las cuales Don Eugenio quería mostrar los vicios de nuestra organización política, al decir de Vergara. No obstante, al mismo tiempo Don Eugenio fue duramente criticado por sus contemporáneos debido a sus descuidos idiomáticos, la falta de pulcritud de su estilo, su lenguaje incorrecto, su estilo vulgar y desaliñado, y su filosofía barata.
Su origen campesino, su carácter sencillo y pobre, y los baches de su cultura, nunca fueron del todo aceptados por sus contertulios de Bogotá. Por eso El Mosaico suspendió la publicación de Manuela, a pesar de que, aparentemente, Vergara, José Manuel Marroquín y Ricardo Carrasquilla alcanzaron a retocar los ocho capítulos aparecidos en el periódico. De todas maneras, Eugenio Díaz Castro es el autor de una de las más importantes obras costumbristas de Colombia, donde se mezclan la pintura realista, el comentario social y político, y el relato histórico, en un conjunto que, si bien es irregular estilísticamente, resulta enormemente valioso como documento y testimonio del país de aquellos primeros años [Ver tomo 4, Literatura, pp. 105-108].
“la novela La maria”
Costumbrismo
Costumbrismo literario es la manifestación que tuvo el movimiento artístico conocido como costumbrismo en la Literatura a partir del siglo xix y refleja los usos y costumbres sociales, en muchas ocasiones sin analizarlos ni interpretarlos críticamente, actitud esta que incumbe más al llamado realismo literario.[1] En su vertiente más popular y menos intelectual queda limitado a la descripción de lo más aparente y colorista de la vida cotidiana. Presente en la prosa y, en menor medida, el verso, tuvo su máxima expresión en la novela de costumbres y en el género menor denominado cuadro de costumbres en el medio del periodismo. En el teatro, por su parte, generó la comedia de costumbres y el sainete, como continuación del entremés.[2]
Autores principales
Eugenio Díaz castro
Tomás carrasquilla
Eugenio Díaz castro
Los datos existentes provienen de una biografía escrita por José María Vergara y Vergara (cofundador, con Díaz, del periódico El Mosaico, escritor costumbrista y primer historiador de la literatura colombiana) para el periódico El Iris, en el segundo aniversario de la muerte de Eugenio Díaz Castro, de algunos comentarios autobiográficos aparecidos en sus artículos de costumbres y del testimonio de amigos y contertulios. Hijo legítimo de José Antonio Díaz y Andrea de Castro, fue bautizado el 8 de septiembre de 1803, por fray Silvestre Polanco, cura doctrinero, y sus padrinos fueron el escritor José Joaquín Ortiz y Josefa Díaz, según consta en el libro 10 de bautismos del Archivo Parroquial de Soacha. Recibió sus primeras enseñanzas de Casimiro Espinel y después pasó al Colegio de San Bartolomé, donde tuvo por condiscípulos a Florentino González y Ezequiel Rojas, dos de los más importantes políticos liberales de los primeros años de la República.
Sin embargo, debido a una afección al pecho y a las secuelas de un accidente sufrido al caer de un caballo cuando iba a visitar a su familia, Díaz Castro tuvo que retirarse del colegio y continuar sus lecturas y estudios por su cuenta, en la hacienda Puerta Grande, propiedad de sus padres. De aquí en adelante y hasta 1858, cuando se le presentó a Vergara y Vergara en su casa, con los originales de Manuela bajo el brazo, sólo conocemos algunos datos aislados sobre su vida. Sabemos que para sobrevivir se dedicó a las labores del campo, a veces como propietario y a veces como mayordomo, en distintos lugares de la Sabana de Bogotá y de tierra caliente.
En el artículo autobiográfico "Mi pluma", en el que describe las diferentes plumas que ha usado a lo largo de su vida (en la escuela fue de castilla, de ganso en la Sabana, de pava y guacamaya en tierra caliente, de guala en los trapiches, y, por un capricho de la suerte, fue del reino mineral en Ambalema, y del vegetal en un establecimiento de pastales en que la usé de un cañón de pasto de guinea), don Eugenio hace un rápido recorrido de sus andanzas: “Cuando vivía solo en un establecimiento entre los montes, cuando atravesaba los ásperos caminos, o cuando no tenía yo con quién conversar sino con mis arrendatarios o peones [...] cuando estuve en Ambalema, morando entre un salón lleno de prensas de tabaco [...] Qué fidelidad la de mi pluma, que me hizo soportables mis penas, desde los montes fríos de la cordillera de Subia hasta los ardientes arenales del Magdalena, lo mismo entre la quina, que entre la caña, que entre el hostigoso y ardiente tabaco de los caneyes.”
Al parecer, Díaz Castro no participó en las guerras de Independencia, quizás a causa de su mala salud, y tampoco tomó parte en las numerosas guerras civiles que siguieron a la batalla de Boyacá. En un artículo aclaratorio de su identidad (a propósito de la publicación de una lista de miembros de un partido político, en la que figuraba un homónimo suyo), firmado el 13 de febrero de 1850 y aparecido en El Patriota Imparcial, Don Eugenio decía nunca haberse enrolado en sociedades políticas, ni pertenecer a ningún bando:
“Una larga experiencia me ha enseñado que la sangre que se derrama en la Nueva Granada para que suban a los puestos nuestros padrinos, prohombres, o candidatos es infructuosamente perdida, porque lo mismo, con cortas excepciones (excepciones que no valen la pena del sacrificio de la vida) mandan todos los partidos; y para el que vive del sudor de su frente en un retiro, donde las plantas no crecen por influencias de Palacio, lo mismo es que mande el candidato A que el candidato B, siendo un ciudadano que merezca aceptación entre las mayorías.”
Sin embargo, confesaba haberse alistado como soldado en la cuarta compañía del batallón Guardia Nacional de Ambalema, cuando el general ecuatoriano Juan José Flórez amenazó con invadir la Nueva Granada en 1848. En ese tiempo, Don Eugenio dirigía un negocio de prensas de tabaco en Ambalema. Hacia 1851 escribía desde el seno de las montañas que están debajo de la cordillera de Subia Occidental [...] entre las húmedas y oscuras selvas, en medio de la ranchería de la peonada que saca quina. Lo encontramos después como mayordomo de la hacienda Junca, importante trapiche que llegaba a contar con 500 arrendatarios, en jurisdicción del municipio de Mesitas del Colegio; allí escribió sus primeras obras, entre ellas Manuela, en una antigua mesa de nogal barnizada de negro y con signos masónicos [... ] ya en las cubiertas de las cartas que el autor recibía de su familia y amigos, ya en otros desiguales pedazos de papel, según cuenta Isidoro Laverde Amaya en sus Fisonomías Literarias de colombianos (1880).
En 1857 se trasladó a Bogotá para acompañar y atender personalmente a su madre enferma. En noviembre de 1858, un amigo le publicó su novela corta Una ronda de don Ventura Ahumada, su primera producción, escrita hacia 1854 en la hacienda Junca, y editada en la Imprenta de la Nación, de propiedad de Lázaro María Pérez. Con este folleto de 44 páginas, en el que el protagonista es un personaje real, don Buenaventura Ahumada, jefe político y de policía de Bogotá entre 1825 y 1830, Díaz Castro se dio a conocer como escritor y comenzó a disfrutar de un relativo éxito. A partir de este momento, comenzó a colaborar con Biblioteca de Señoritas.
El 21 de diciembre de 1858, Eugenio Díaz Castro se presentó en la casa de José María Vergara y Vergara, enviado por Ricardo Carrasquilla y llevando los originales de su novela. Quería proponerle que fundaran un periódico literario. Vergara se entusiasmó con la idea, y salieron enseguida a hablar con José Antonio Cualla, quien estaba montando una imprenta. Así nació El Mosaico, cuyo primer número salió el 24 de diciembre siguiente. Según Vergara, Eugenio Díaz era un hombre de edad madura: las canas de su cabeza acusaban en él cincuenta a sesenta años; pero su vivaz mirada que atravesaba los lentes de sus espejuelos, le daba un aspecto juvenil que contrastaba con su cabeza cana. Venía primorosamente afeitado y aseado.
Vestía ruana nueva de bayetón, pantalones de algodón, alpargatas y camisa limpia, pero no traía corbata ni chaqueta. Este vestido, que es el de los hijos del pueblo, no engañaba: se veía sin dificultad que si así vestía era por costumbre campesina; pero su piel blanca, sus manos finas, sus modales corteses, sus palabras discretas, daban a conocer que era un hombre educado. Y en cuanto a su personalidad, Vergara afirma: Por modestia, por costumbre, y aun por no tener de sobra los recursos, no quiso vestir traje cortesano.
Se exhibió como escritor, pero de ruana. Nunca le dio vergüenza no tener levita. Este traje formaba parte de sus virtudes; una de ellas era la de ser tan riguroso republicano, tan riguroso cristiano, que se iba al cuaquerismo. No tomaba vestido cortesano, no toleraba que los domésticos le llamasen amo; no hallaba a nadie inferior a él. No tenía embarazo ninguno, ni se mostraba encogido cuando hablaba con personas de alta posición; en cambio no tenía orgullo ni manifestaba desdén o tosca familiaridad cuando hablaba con un criado. Eran para él literal y prácticamente iguales todos los hombres. Era fervoroso creyente de los dogmas de la Iglesia Católica con todo el dulce y tierno apego de las almas honradas y de los espíritus rectos, pero sin la intolerancia de las almas incultas o malas.
Su programa en política era conservador, y a pesar de ser un perfecto republicano, o mejor dicho, por la misma razón de ser un republicano perfecto, no aceptaba la democracia anárquica. En sus amistades era constante y delicado, sin imponer ni aceptar pretensiones, sin cultivar cumplimientos, sin cambiar nunca lo cordial por lo familiar. Eugenio Díaz y José María Vergara fundaron la tertulia de El Mosaico, a la que rápidamente se unieron José Joaquín Borda, José Manuél Marroquín, Medardo Rivas, Manuel Ancízar, José María Samper, José Manuel Groot, José Caicedo y Rojas, Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos) y José David Guarín, entre otros; y Manuela comenzó a aparecer, por entregas, en el periódico.
Díaz continuó con sus colaboraciones en diferentes diarios, por las cuales recibía una remuneración mensual; sin embargo, algunas veces sus amigos y contertulios tenían que prestarle dinero. En 1861 enfermó y tuvo que enclaustrarse, suspendiendo sus artículos. Pasó sus últimos cinco años en cama, muy impedido, aquejado de una enfermedad crónica, incurable y dolorosa, según Vergara. No obstante, desde su lecho de enfermo escribió El rejo de enlazar, Los aguinaldos en Chapinero y 32 capítulos de Pioquinta o El valle de Tenza, que no alcanzó a terminar. Murió el 11 de abril de 1865, al empezar la tarde. "Todos sus amigos y admiradores concurrieron afligidos a alzar sobre sus hombros el féretro en que, vestido de un hábito de franciscano, descalzos los pies, la cara apacible y serena, yacía el ingenioso escritor don Eugenio Díaz, cuyo cuerpo está ya entregado a esta tierra en la que siempre vivirá su memoria”, escribió Vergara En cuanto a su obra, Eugenio Díaz Castro escribió cinco novelas, todas publicadas póstumamente, dos novelas cortas (Una ronda de don Ventura Ahumada y María Ticince o Los pescadores del Funza, de tema indigenista) y numerosos artículos y cuadros de costumbres. Manuela, su obra más conocida, elogiada por Vergara y Vergara, Miguel Antonio Caro, Jorge Isaacs, Salvador Camacho Roldán, Baldomero Sanín Cano, Tomás Rueda Vargas, Rafael Maya y otros, comenzó a salir con el primer número de El Mosaico, en 1858, pero su publicación fue suspendida en el capítulo 8 porque, según Vergara, Don Eugenio no quería poner en limpio los confusos borradores.
En 1866, Manuela apareció como parte de la colección Museo de cuadros de costumbres, dirigida por Vergara, y sólo hasta 1889 fue publicada en una edición independiente, por la Librería Española de Garnier Hermanos en París. El rejo de enlazar, que recrea los acontecimientos de la revolución contra la dictadura del general José María Melo en 1854, en medio de un ambiente campesino en el que se describen minuciosamente las faenas agrícolas, se publicó como folletín del diario La América en 1873. Los aguinaldos en Chapinero, pintura costumbrista de Chapinero hacia 1850, fue publicada también en 1873 por el periódico La América.
Pioquinta o El Valle de Tenza, su última e inconclusa novela, sobre el guerrillero conservador Román Carranza, que en 1861 vengó a su hermano asesinando a 62 de los 63 hombres que componían la partida que le dio muerte, empezó a aparecer como folletín de El Bogotano, un mes y quince días después de la muerte de Díaz Castro, en 1865. Y Bruna la carbonera, originalmente titulada Las aventuras de un geólogo, su tercera novela, exaltación de la figura del naturalista que descubre un mundo campesino y desconocido para el hombre culto, apareció como folletín en El Bien Social, entre noviembre de 1879 y mayo de 1880. Eugenio Díaz Castro vivió en un tiempo en el que Colombia, recién salida de la dominación colonial, buscaba el mejor modo de construir la República. Fue un período de agitación política e ideológica y, al tiempo, un momento de auto descubrimiento.
Mientras en los diarios se debatían las ideas y los diferentes proyectos políticos, sociales y económicos; en el arte y la literatura, los pintores y escritores volvían los ojos sobre lo propio, las costumbres, las tradiciones, los personajes, los objetos, el paisaje de un país que necesitaban conocer para gobernar. Se trataba de un país escindido en dos mundos totalmente separados: el de los terratenientes y el de los campesinos, el mundo de los de casaca y el mundo de los de ruana.
Así, influenciados por el costumbrismo español de autores como Mariano José de Larra y Ramón de Mesonero Romanos, y guiados por la máxima de la escritora costumbrista Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Bóhl de Faber): “Los cuadros de costumbres no se inventan, se copian”, que aparecía como epígrafe de Manuela, los costumbristas colombianos emprendieron la labor de describir la realidad nacional. De ahí salió Eugenio Díaz Castro, celebrado por su exactitud y veracidad, su espontaneidad, su sencillez, su viveza, su ingenio y sensibilidad para descubrir en el mundo rural, especialmente de la tierra caliente, interesantes y poéticos caracteres y objetos; y también especialmente celebrado por la intención crítica y analítica de sus obras, con las cuales Don Eugenio quería mostrar los vicios de nuestra organización política, al decir de Vergara. No obstante, al mismo tiempo Don Eugenio fue duramente criticado por sus contemporáneos debido a sus descuidos idiomáticos, la falta de pulcritud de su estilo, su lenguaje incorrecto, su estilo vulgar y desaliñado, y su filosofía barata.
Su origen campesino, su carácter sencillo y pobre, y los baches de su cultura, nunca fueron del todo aceptados por sus contertulios de Bogotá. Por eso El Mosaico suspendió la publicación de Manuela, a pesar de que, aparentemente, Vergara, José Manuel Marroquín y Ricardo Carrasquilla alcanzaron a retocar los ocho capítulos aparecidos en el periódico. De todas maneras, Eugenio Díaz Castro es el autor de una de las más importantes obras costumbristas de Colombia, donde se mezclan la pintura realista, el comentario social y político, y el relato histórico, en un conjunto que, si bien es irregular estilísticamente, resulta enormemente valioso como documento y testimonio del país de aquellos primeros años [Ver tomo 4, Literatura, pp. 105-108].
Con su novela
“Manuela”
Tomás carrasquilla
Con sus obras
“ala diestra de Dios padre”
“Simón el mago”
“la marquesa de yolombo” etc
El realismo
El realismo literario es una corriente estética que supuso una ruptura con el romanticismo, tanto en los aspectos ideológicos como en los formales, en la segunda mitad del siglo XIX. Se extendió también a las artes plásticas en Latinoamérica, lugar donde hasta entonces no había gran proliferación en este arte.
Con su autor
José Manuel Marroquín
José Manuel Marroquín
José Manuel Marroquín
José Eustasio Rivera
José Eustasio Rivera
Gustavo Álvarez Gardeazábal
ARGUMENTO (RESUMEN): Colombia Amarga es una obra que recopila crónicas como:
Endemia colombiana: la violencia que históricamente ha transitado por estas tierras desde los tiempos de la invasión de los europeos; la violencia que ha prevalecido e manera patética hasta nuestros días, tiempo en el que Colombia se presume una república independiente. Tal violencia se manifiesta a través de disputas políticas, del dominio descarado de las tierras campesinas, de un odio indiscriminado hacía los indígenas, del afán de las multinacionales por expandir su campo de acción y explotar todo recurso vital, del narcotráfico, del hampa en las calles, de la corrupción administrativa, del abandono estatal y el olvido de regiones recónditas.
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Biografía de Tomás Carrasquilla
Tomás Carrasquilla (17 de enero de 1858 – 19 de diciembre de 1940) narrador y escritor. Nació en Santo Domingo, Antioquía, Colombia. Su padre fue Rafael Carrasquilla Isaza, ingeniero civil, y su madre fue Ecilda Naranjo Moreno, una amante de las letras. Su padre se dedicó a las labores mineras, por ella la familia Carrasquilla se mudó al pueblo de Concepción. Posteriormente, comenzó sus estudios en leyes en la Universidad de Antioquia, pero no logró culminar sus estudios debido a las guerras civiles de principios del siglo XX. En tal sentido, se desplazó al municipio de Argelia para trabajar en una mina.
Carrasquilla, conoció a Fernando González, y al caricaturista Ricardo Rendón, y al escritor León de Greiff. Posteriormente, fundó el grupo de Los Panidas. Por un tiempo se dedicó al oficio de sastre y a realizar frecuentes viajes de negocios a Medellín. Entre 1879 y 1891 asumió el cargo de secretario del juzgado del circuito y juez municipal. Durante ese lapso publicó su obra: Simón el mago gracias a esta obra pudo ingresar al Casino Literario, dirigido por Carlos Eugenio Restrepo, futuro presidente de Colombia. En 1890 se publicó en un volumen colectivo del Casino Literario
“ala diestra de Dios padre”
“Simón el mago”
“la marquesa de yolombo” etc
El realismo
El realismo literario es una corriente estética que supuso una ruptura con el romanticismo, tanto en los aspectos ideológicos como en los formales, en la segunda mitad del siglo XIX. Se extendió también a las artes plásticas en Latinoamérica, lugar donde hasta entonces no había gran proliferación en este arte.
Con su autor
José Manuel Marroquín
José Manuel Marroquín
José Manuel Marroquín
(Bogotá, 1827-1908) Escritor y político colombiano que fue presidente de Colombia (1898; 1900-1904). Pertenecía a una familia de abolengo virreinal, emparentada con figuras ilustres de la Independencia y dueña de la hacienda de Yerbabuena. Quedó huérfano cuando era aún niño, y su educación tuvo todas las ventajas de una posición económica brillante y todos los inconvenientes de la falta de un hogar normal, con tíos y tías en lugar de padres. El muchacho, educado en las más rígidas normas de la buena sociedad, se fugó del primer colegio a donde lo enviaron y entró en el seminario de la Compañía de Jesús, pero no llegó a cursar estudios universitarios.
José Manuel Marroquín
José Manuel Marroquín se dedicó a las labores agrícolas y a la docencia en el colegio que fundó en Bogotá. Se distinguió como un buen educador y un prolífero escritor costumbrista, satírico y erudito. El distinguido y elegante "señor de Yerbabuena", de gustos clásicos y rigor preceptista, capaz de escribir un tratado mnemotécnico de Ortografía Castellana para tormento de los pobres escolares, pasó a la posteridad por sus poesías de carácter festivo, especialmente por una de ellas, titulada La Perrilla.
Fundador de la Academia Colombiana de la Lengua, José Manuel Marroquín frecuentaba los círculos más distinguidos de la ciudad y las tertulias literarias; como José Eugenio Díaz Castroy José María Vergara y Vergara, formó parte del grupo El Mosaico, al que se incorporaría fugazmente Jorge Isaacs. Pero era también un enamorado de la vida del campo y excelente caballista, y escribió su mejor trabajo en prosa, la novela El Moro, sobre la vida y costumbres de un caballo, sin gran profundidad ni emoción, pero con una excelencia de conocimientos difícil de superar.
Atribuyó los males de la sociedad a la política y a los políticos con ambiciones y sin ética, como refleja en su novela Blas Gil, pero acabó dejándose convencer por sus amigos en la ancianidad para aceptar la vicepresidencia de la República. Desempeñó la presidencia en dos ocasiones: la primera, del 7 de agosto de 1898 al 3 de noviembre de 1898, mientras se posesionaba Sanclemente, y la segunda desde el 31 de julio de 1900, cuando con su grupo político conservador derrocó al presidente Sanclemente en un golpe de Estado, hasta el 7 de agosto de 1904. Durante ese segundo período enfrentó la mayor parte de la guerra de los Mil Días, al cabo de la cual la economía nacional se hallaba arruinada. Durante su gobierno se produjo la separación de Panamá.
José Manuel Marroquín publicó, además, las novelas Entre primos (1897) y Amores y leyes(1898), de tipo costumbrista e influidas, como las anteriores, por la novela picaresca española; unas Lecciones de urbanidad (1886) que responden a la obsesión por su condición de gran señor y por la evocación de las costumbres coloniales; un Diccionario Ortográfico; diversas crónicas y artículos costumbristas reunidos en el volumen Historia de Yerbabuena; Poesías, en diversas ediciones; y un Tratado de Retórica.
Con sus obras
“blas gil”
“entre primos”
“amores y leyes”
“el moro”
Literatura de violencia
La época en la historia de Colombia conocida como La Violencia dejó profundas consecuencias que subsisten de una u otra forma en la sociedad colombiana contemporánea, especialmente a través de la tradición oral y de la literatura, las cuales, como testimonio histórico, ha recopilado el material de los acontecimientos
Con sus autores:
José eustacio Rivera
Gustavo Álvarez gardeazabal
Álvaro cepeda samudio
Germán Castro caisedo
José estacion Rivera
José Eustasio Rivera
(Rivera, 1888 - Nueva York, 1928) Escritor colombiano autor de la novela La vorágine (1924), considerada un clásico de la literatura hispanoamericana. Hasta la llegada de La vorágine, la literatura colombiana sólo tenía en la María de Jorge Isaacs (1867) una obra de indiscutible altura universal. José Eustasio Rivera logró en esta narración desembarazar la novela nacional del localismo detallista propio del costumbrismo y, con original expresión, supo plasmar a través de la tragedia de Arturo Cova la enconada lucha del hombre con la naturaleza.
José Eustasio Rivera
José Eustasio Rivera nació en el pequeño pueblo de San Mateo, hoy Rivera (Huila), el 19 de febrero de 1888, en el seno de una familia dedicada a las labores del campo y con aguerridos antepasados huilenses; su padre, don Eustasio Rivera, era hermano de los generales conservadores Pedro, Napoleón y Toribio Rivera, quienes desempeñaron importantes cargos en la administración, el Congreso y el campo educativo. Casado con Catalina Salas, el matrimonio tuvo once hijos.
Rivera hizo sus primeros estudios en Neiva, primero en el colegio de Santa Librada y posteriormente en el de San Luis Gonzaga, mostrando tempranamente su inclinación por las letras. Influido por las corrientes románticas y modernistas, ya desde sus primeros poemas reveló su inquietud por la naturaleza. Dice en "Gloria", por ejemplo: "yo llevo el cielo en mí..." o "yo llevo la cascada que en oscura selva se rompe; y he amoldado a mi cráneo la llanura y se ha encerrado en él la cordillera".
A través de su identificación con la geografía nacional, José Eustasio Rivera logró una poesía llena de emoción, sin pertenecer a los movimientos de su época como los Nuevos, ni a la acartonada generación centenarista. Otros de estos poemas escritos entre 1906 y 1909 son "Tocando diana", "En el ara", "Dúo de flautas", "Triste", "Aurora boreal" y "Diva, la virgen muerta". La visión de la naturaleza le sirvió para interpretar y fortalecer su propia personalidad. Pero no se quedaría en la mera descripción del entorno, sino que, tanto en esta primera obra como en poesías posteriores y en su prosa, expresó su sentido trágico de la existencia humana, de lo fugaz y limitado de la vida.
En 1906 viajó a Bogotá para ingresar, becado, en la Escuela Normal. Tres años más tarde se desempeñó como inspector escolar. En los Juegos Florales de Tunja, en los que se conmemoraba el centenario del grito de Independencia, Rivera obtuvo el segundo lugar con poemas de corte épico, muy influidos por la poética de Miguel Antonio Caro: la "Oda a España" fue publicada en septiembre de 1910 por El Tropical de Ibagué. Regresó a Bogotá donde, para mantenerse, trabajó en el Ministerio de Gobierno, mientras estudiaba en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional, graduándose en 1917 con la tesis Liquidación de las herencias. De ese entonces data su drama teatral Juan Gil. Pocos meses después de egresado, le fue ofrecida desde Neiva una curul en la Cámara de Representantes, que Rivera aceptó. Pronto un telegrama del obispo de Garzón, Esteban Rojas, pidiéndole la renuncia "por el bien de la unidad católica", hizo que el escritor exclamara: "Me barrieron de un sotanazo".
El primer contacto de José Eustasio Rivera con los Llanos Orientales tuvo lugar en enero de 1916. El segundo fue en abril de 1918, cuando, en función de su profesión de abogado, viajó en bongó por el río Meta hasta la hacienda Mata de Palma, estadía que duró hasta el mes de febrero de 1920 y durante la que hizo amistad con Luis Franco Zapata, figura clave en la génesis de La vorágine. En 1912 Luis Franco Zapata se había escapado con Alicia Hernández Carranza desde Bogotá, donde ella trabajaba como empleada de una tienda. Juntos llegaron al fondo de la Amazonia, entre Colombia y Venezuela, y se instalaron en las caucherías del Brazo Casiquiare, cerca de Brasil.
En 1918, en Orocué, Luis Franco Zapata le contó todas sus historias a Rivera, desde las más íntimas hasta las de índole social, sin excluir las mitológicas, las de aventuras y las de sangre. "La mayor parte de los personajes de La vorágine(afirma Isaías Peña Gutiérrez) surgieron de los relatos de Luis Franco Zapata, incluidos los nombres, que poco variaron." Cerca de Orocué, Rivera tuvo un segundo ataque de cefalea que se repitió en Sogamoso en 1919 y, de regreso a Orocué, sufrió las fiebres del paludismo, que le curaron Luis Franco y Alicia.
José Eustasio Rivera
De nuevo en Bogotá, Rivera participó en la tertulia del Olimpito, que solía reunirse en los cafés Windsor o Inglés; asistían jóvenes poetas como Rafael Maya o Luis Rosales, e intelectuales como Luis López de Mesa. Gran amigo de Rivera fue el poeta Miguel Rasch Isla, y simultáneamente con él puso José Eustasio en las librerías su primer libro, Tierra de promisión (1921). Compuesto por 55 sonetos y dividido en tres partes (la selva, las cumbres y el llano), de este poemario dijo Juan Lozano y Lozano al mes siguiente de su publicación: "Son versos perfectos de salvaje realeza. Allí está íntegra, pero idealizada, nuestra pampa aborigen, desfile lujurioso, violento, que se engarza en sonetos espléndidos, como perla en oro".
En marzo de ese mismo año, durante una excursión emprendida con el poeta Alberto Ángel Montoya, cerca de Purificación, Rivera sufrió otro serio ataque, acompañado de convulsiones y delirios; fue atendido por el doctor José María Lombana Barreneche, y tras una recuperación de dos meses en Neiva regresó a Bogotá. El 4 de julio, encabezando con Antonio Gómez Restrepo una delegación diplomática, partió hacia Perú y México. Con motivo de la celebración de los centenarios de la independencia de los dos países, Rivera entró en contacto con los escritores Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera y Juan de Dios Peza, entre otros. Para El Mundial de Lima, José Eustasio Rivera concedió una polémica entrevista que lo llevó a una fuerte controversia con el gran poeta Eduardo Castillo.
En febrero de 1922 falleció el padre de Rivera, a la edad de 74 años. Nombrado secretario de la comisión limítrofe Colombiano-Venezolana, José Eustasio partió con la comisión en septiembre de 1922, rumbo a Girardot. Siguiendo la ruta río Magdalena abajo, pasaron por Barranquilla y se adentraron por Venezuela; por el Orinoco llegaron hasta Ciudad Bolívar y a Caicara a finales de octubre. La falta de apoyo del gobierno impulsó a Rivera a abandonar la comisión y a proseguir el viaje por su cuenta.
Rivera llegó a San Fernando de Atabapo en diciembre, y en Orocué se encontró con Melitón Escobar, antiguo compañero de comisión, a la que se integró de nuevo y con la que continuó su viaje por Yavita, Maroa y Victorino, en plena selva. Sin mapas, sin ni siquiera medios rudimentarios, trazaron los límites, con la ayuda de los ingenieros suizos que los acompañaban. Según las notas de viaje del doctor venezolano Ramón Ignacio Méndez, "fue en los largos y tediosos días de la permanencia de Yavita que José Eustasio Rivera escribió muchos de los capítulos de La vorágine, y fue allí donde le oí leer algunas páginas de la obra".
En compañía de Melitón Escobar, Rivera decidió salir por el sur, río abajo, para investigar un sinnúmero de atropellos contra ciudadanos colombianos de los que había tenido noticia: la venta de colombianos a caucheros brasileños; las explotaciones feudales de Leonidas Norzagaray Elicechea, deforestador y esclavista que llegó a acuñar su propia moneda; la penetración peruana en el territorio nacional colombiano y los criminales procedimientos de la Casa Arana.
Primero desde Manaos (el 18 de julio de 1923) y, después del dilatado regreso por Venezuela entrando por Barranquilla, como representante de la Cámara, Rivera hizo toda clase de denuncias, escribió artículos, organizó una junta de defensa nacional e incluso citó al ministro de Relaciones Exteriores, por su negligencia al enviar una comisión sin los mínimos instrumentos para desarrollar su labor y por el cargo de infidencia al hacer llegar a Norzagaray el informe secreto que Rivera había despachado desde Manaos. Por ley se les reconocieron los sueldos a los miembros de la comisión, pero el ministro fue absuelto, no sin antes reconocer el patriótico procedimiento de Rivera. Sin embargo, por carecer de apoyo partidista, éste no logró lo que en el fondo perseguía: la salvaguardia de la soberanía y el honor nacional. Norzagaray, en cambio, intentó matar en dos ocasiones al escritor.
Desengañado, Rivera volvió a Neiva y, consciente de que su más efectiva arma de denuncia era su pluma, se dedicó a hacer excursiones por el Caquetá para, desde los artículos que publicó en los principales diarios, denunciar las anomalías o, desde el propio terreno, facilitar consejos. Rivera fue el primero en proponer la construcción de la vía Neiva-San Vicente de Caguán, que de haberse realizado hubiera impedido la guerra con el Perú, y que fue finalmente ordenada... 63 años más tarde. La vorágine se terminó de escribir el 21 de abril de 1924, en Neiva. Su lanzamiento al público coincidió con el cumpleaños de la madre del autor, el 25 de noviembre de 1924.
No había visto aún la luz La vorágine cuando Rivera fue llamado a presidir una comisión investigadora sobre irregularidades del aparato burocrático del gobierno. Dos investigaciones sirvieron para mostrar el enorme valor ético y patriótico de Rivera y, en un país con amplios niveles de corrupción, para sepultar las aspiraciones políticas del escritor. Los apuntes que de estas indagaciones extrajo iban a servir de documentación para su segunda novela, que no alcanzó a redactar y que llevaría por título La mancha negra. El 31 de marzo de 1928 partió, como presidente de la delegación colombiana, al Congreso Internacional de Inmigración y Emigración que se celebró en La Habana.
Por cuenta propia viajó a Nueva York, adonde llegó a finales de abril. Residió primero en el hotel Le Marquis y luego en un apartamento en las cercanías del Central Park. En esta ciudad se dedicó a la traducción de La vorágine al inglés, al proyecto de llevarla al cine (nunca realizado) y a su próxima novela, que "habría de aparecer al marcharse al África, porque allí se sentiría más seguro que en su propia tierra", como dijo a José A. Velasco. Los oscuros manejos del representante de la empresa petrolera Standard Oil, el capitán Flanagan, los tratos secretos e irregulares de altos funcionarios del gobierno como Carlos Adolfo Urueta, la indelicada actitud del ex ministro Esteban Jaramillo y hasta los sobornos al consejero espiritual del estadista Dr. Zerda, opuesto a la firma del contrato entre la Standard Oil y el Estado colombiano para la construcción del oleoducto Cartagena-Barrancabermeja, eran parte del explosivo material que Rivera se disponía a manejar, con su pulcritud moral, para su nueva obra.
El 29 de octubre recibió un homenaje en la Universidad de Columbia, dictó conferencias y llegó a rumorearse que sería nombrado cónsul. Pronunció un discurso en el ágape ofrecido al piloto Benjamín Méndez, dos días antes del histórico vuelo entre Nueva York y Bogotá, y luego de la partida del avión Rivera comenzó a sentirse mal. Lo que en un principio el médico creyó que era una gripe y que finalmente jamás logró diagnosticarse (no se permitió la autopsia) fue convirtiéndose en un grave estado que, tras cuatro días en coma, llevó a la muerte a José Eustasio Rivera, a las 12:50 de la invernal tarde del 1 de diciembre de 1928.
El cadáver fue repatriado a bordo de un barco de la United Fruit, llegó a Barranquilla, donde se le rindieron honores, y, remontando el Magdalena, llegó finalmente a Bogotá el 7 de enero de
Con su obra
La novela “La vorágine”
Gustavo Álvarez gardeazabal
Gustavo Álvarez Gardeazábal
(Tuluá, Valle del Cauca, 1945) Narrador y ensayista colombiano. Vivió su infancia en un hogar católico y rígido, si bien su madre era de ideas liberales. Ideológicamente se adscribió en su juventud al conservadurismo del aspirante a la presidencia Belisario Betancur, en cuya campaña electoral tomó parte activa mientras concluía sus estudios en la Universidad del Valle, donde se licenció en Letras con una tesis sobre La novelística de la violencia en Colombia (1970). Posteriormente iría acercándose a partidos de signo liberal. Profesor durante años en la Universidad del Valle, por su trayectoria literaria fue becario de la Fundación Guggenheim en 1984, y ha sido dos veces gobernador del Valle del Cauca por elección popular.
Gustavo Álvarez Gardeazábal
Destacada figura de la generación posterior a la de García Márquez, consagrada por el «Boom» de los años 60, su obra se caracteriza por su gran fuerza descriptiva y su estilo directo y carente de casticismo retórico. Sus palabras desnudas y escuetas muestran la realidad de las cosas y los vicios que corrompen a la sociedad colombiana, rasgo que lo ha convertido en uno de los autores preferidos del público.
El universo de su narrativa se centra en su tierra natal, con ramificaciones al Valle del Cauca, y sus temas recurrentes son la extensión de la violencia indiscriminada, la superchería milagrera en que se sustenta el conservadurismo religioso hispanoamericano, el poder omnímodo de los grandes terratenientes, las nuevas bolsas de riqueza generadas por la expansión del narcotráfico, la corrupción generada por el sistema caciquil de los gamonales y las crisis ideológicas de los sectores progresistas.
Gustavo Álvarez Gardeazábal ha sido premiado en España por sus cuentos "Ana María Torrentes", "Donaldo Arrieta" y "El día que volvió León María", así como en Cuba por el libro Cuentos del parque Boyacá (1978, premio Casa de las Américas). De sus nueve novelas, cuatro han sido galardonadas. De entre ellas, Cóndores no entierran todos los días(1976) es quizá su obra más importante; recibió el premio Manacor de España en 1974 y fue elogiada por Miguel Ángel Asturias. Las restantes son La boba y el buda (1972), premio Ciudad de Salamanca 1970; Dabeiba (1972), segundo premio Nadal en 1972, y Los míos (1982), segundo premio Plaza y Janés 1981. En 1977 publicó El titiritero.
Con su novela
“cóndores no entierran todos los dias”
Álvaro cepeda samudio
Biografía de Álvaro Cepeda Samudio
El colombiano Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) fue un periodista, escritor, cineasta y promotor cultural. Su novela La casa grande ha sido considerada como una de las predecesoras del boom latinoamericano y de las más representativas de Colombia. Cepeda vivió hasta los cuarenta y seis años, dejando publicado sólo dos libros de cuentos, una novela, varias crónicas y una película. Aunque breve, su obra fue de gran importancia para la historia de la literatura del siglo XX. En la biografía de Álvaro Cepeda Samudio te contamos su trayectoria.
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Biografía de Álvaro Cepeda Samudio resumen
Infancia: desde Barranquilla hasta Ciénega
Álvaro Cepeda Samudio nació el 30 de marzo de 1926 en una familia de clase alta de Barranquilla. Su padre, Luciano Cepeda y Roca, fue un político militante del partido conservador que desempeñó varios cargos públicos, a la vez que fue un asiduo lector. Su abuelo, el periodista Abel Cepeda Vidal, fue su ejemplo a seguir a la hora de cultivar la actitud contestataria y crítica por la que se destacó su obra. También, éste influyó en Álvaro el interés por los artículos de opinión, la literatura y el cine.
Cuando tenía seis años, sus padres se divorciaron. Ante ello, Álvaro se mudó con su madre a Ciénega, una población cercana al mar, dado que se creía que este lugar le ayudaría a mejorar los ataques de asma que le asediaban desde niño. Su estado de la salud obligó a faltar a clases en la primaria, pero eso no lo detuvo: Cepeda Samudio fue un alumno destacado y consiguió ingresar en 1939 al distinguido Colegio Americano de Barranquilla.
Los inicios de un escritor
Durante la adolescencia, Álvaro Cepeda Samudio desarrolló una actitud rebelde, la cual plasmó en los textos que había comenzado a escribir. Si alguna situación le parecía injusta o contravenía el progreso de la sociedad, él no dudaba en escribirlo. Su constante crítica a la censura le valió un trabajo como redactor en el periódico local El Heraldo. Álvaro estuvo a cargo de una columna titulada «Cosas», en 1944, donde elaboraba varios artículos en defensa de la libertad de expresión y cuestionaba la labor del gobierno de su país.
NOTA
En 1945, fue expulsado del Colegio Americano debido al texto «Anotaciones breves sobre los maestros» publicado en El Heraldo. En éste, Samudio cuestionó la metodología de las clases y la figura autoritaria de los profesores. Aun así, gracias a este mismo artículo, Cepeda fue admitido en el Colegio de Barranquilla, quienes le consideraron un alumno excepcional.
En 1946, fundó el periódico juvenil Ensayos junto a sus excompañeros del Colegio Americano. Gracias a estas publicaciones, fue contratado por el director del periódico El Nacional, el cual reconoció su talento y le brindó la oportunidad de tener su propia columna llamada «Hoja de ruta». Al año siguiente, fue enviado a Guayaquil, como corresponsal deportivo a cubrir el Campeonato Sudamericano de Fútbol. De esta experiencia, Cepeda redactó varias crónicas acerca de los partidos y de la vida de la ciudad. Él escribiótextos repletos de sarcasmo, humor y crítica, de modo que desarrolló un estilo periodístico nunca antes visto en Colombia.
Álvaro Cepeda Samudio: un colombiano en Nueva York
Álvaro Cepeda Samudio viajó a Nueva York con la intención de aprender inglés. Él había ganado una beca auspiciada por la Gobernación del Atlántico y emprendió el viaje junto a su mejor amigo, Enrique Scopell. Lo que Cepeda no se imaginaba es que en La Gran Manzana aprendería mucho más que un idioma. Álvaro estudió Periodismo y Literatura en la Universidad de Columbia y, aunque solía faltar a clases para ir a bares y a tertulias, mantuvo su racha de estudiante ejemplar.
Pero sus horizontes se expandieron gracias a sus lecturas y a su ojo crítico. Entre 1949 y 1951, Cepeda leyó a los autores más representativos de la vanguardia norteamericana: William Faulkner, Virginia Woolf, Truman Capote y William Saroyan. Éste último influyó en su estilo narrativo, y Cepeda le dedicó uno de sus relatos más relevantes «Un cuento para Saroyan».
Estas vivencias neoyorkinas fueron la base para escribir Todos estábamos a la espera (1954). Este libro de cuentos fue precursor a la hora de romper con la tradición regionalista de la literatura colombiana del siglo XX. Samudio apostó por una narrativa más universal, que tratara dramas a nivel psicológico en sus personajes, y cómo a estos les afectaba la soledad. También, su estilo se destacó por usar un lenguaje poético, por lo que sus relatos estaban dotados de belleza. Sobre esto, Gabriel García Márquez escribió un artículo en el periódico El Espectador, y se refirió a esta obra como «el mejor libro de cuentos publicado en Colombia».
El Grupo de Barranquilla
Al regresar a su país en 1951, Cepeda Samudio se reencontró con sus grandes amigos: Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor. Juntos frecuentaban el bar La Cueva, en el que además de compartir tragos, pasaban tardes conversando acerca de literatura y de arte. Más tarde, a este grupo se le unieron varios intelectuales, como Gabriel García Márquez y el pintor Alejandro Obregón. En esas reuniones ellos discutieron acerca de sus proyectos, leyeron sus manuscritos, y criticaban sus propias obras.
Durante esta época, Cepeda Samudio llegó a la cúspide de la creatividad: escribió diversas crónicas y reportajes basados en sus vivencias en Barranquilla. Además, pulió su propio estilo narrativo gracias a las conversaciones con sus amigos. Para la década del sesenta, alcanzó el éxito cuando publicó La casa grande (1962), una novela que se inspiraba en uno de los eventos más violentos de la historia de Colombia: la masacre de las bananeras. Las páginas de esta obra gozan de una narración fragmentaria y poética nunca antes vista en la literatura colombiana, por lo que se le consideró una de las novelas más emblemáticas de Latinoamérica.
NOTA
En 1954, Álvaro Cepeda Samudio revolucionó el cine colombiano con La langosta azul, una película escrita, dirigida y actuada por él mismo, y en la que colaboraron varios miembros del Grupo de Barranquilla. Esta película, de género ciencia-ficción y de corte surrealista, fue la primera película de autor de la región.
El legado de Álvaro Cepeda Samudio
A los treinta y seis años, Cepeda Samudio comenzó a escribir su última obra: Los cuentos de Juana (1972). Sin embargo, era asediado por continuos dolores de cabeza que atribuyó al tabaco, aunque en realidad se trató de una leucemia. En 1970, Samudio contribuyó a fundar el Instituto Experimental del Atlántico, con el objetivo de que jóvenes de escasos recursos tuvieran acceso a la educación. También, deseaba dedicarse al cine exclusivamente y continuar fomentando el arte.
No obstante, sus proyectos se vieron interrumpidos a causa de su enfermedad. El cáncer estaba avanzado, y su doctor de confianza le recomendó viajar a Nueva York para tratarse. Samudio fue internado en el hospital Memorial Sloan Kettering Cancer Center, donde tuvo la oportunidad de tocar el primer ejemplar de Los cuentos de Juana, a sólo días antes de fallecer el 12 de octubre de 1972.
En el 2015, la Colección de Archivos de la Unesco se dedicó a recopilar la totalidad de su obra y la publicó bajo el nombre de Obra Literaria de Álvaro Cepeda Samudio. Los textos recogidos en esta colección son aquellos a los que la Unesco ha considerado Patrimonio de la Humanidad
Con su obra
“la casa grande”
Germán Castro Caicedo
Germán Castro Caycedo
escritor colombiano
|TextoImagen= |Seudónimo= |fecha de nacimiento |lugar de nacimiento= Zipaquirá, Cundinamarca, Colombia |fecha de fallecimiento= |lugar de fallecimiento= |Ocupación= Cronista, escritor y periodista|Nacionalidad= Colombiano |Periodo= |Género= Crónica |Movimiento= |Influencias= |Firma= |Website= www.germancastrocaycedo.com |Premios= [[Premio Nacional de Periodismo en Cali] (1976) }} Germán Castro Caycedo(Zipaquirá, Cundinamarca, 3 de marzo de 1940), es un escritor, periodista y cronista colombiano. Sus escritos se caracterizan por sus manifestaciones testimoniales sobre la realidad colombiana. Dirigió el programa de televisión Enviado Especial durante veinte años, en la cual denotó su estilo periodístico. Ha desarrollado su carrera como escritor en 22 libros, actualmente.
Con su obra
“Colombia
COLOMBIA AMARGA (RESUMEN)
1397 palabras 6 páginas
Endemia colombiana: la violencia que históricamente ha transitado por estas tierras desde los tiempos de la invasión de los europeos; la violencia que ha prevalecido e manera patética hasta nuestros días, tiempo en el que Colombia se presume una república independiente. Tal violencia se manifiesta a través de disputas políticas, del dominio descarado de las tierras campesinas, de un odio indiscriminado hacía los indígenas, del afán de las multinacionales por expandir su campo de acción y explotar todo recurso vital, del narcotráfico, del hampa en las calles, de la corrupción administrativa, del abandono estatal y el olvido de regiones recónditas.
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Por un odio injustificado como este, los seis personajes planearon una matanza brutal para deshacerse de los indios, que venían en son de amistad. Con cuchillos, balas y golpes fueron ultimados, y luego incinerados. El crimen no quedó impune y los culpables purgaron su condena en la cárcel.
La violencia contra la naturaleza: es algo que aún se ve en nuestros días nos muestra como Colombia cada día se convierte en un desierto ya que devastamos y arrasamos nuestras selvas y bosques con productos sobrantes que como todo país tercermundista recibe de países más grandes como es el hecho del agente naranja un producto que estados unidos utilizo en Vietnam y al descubrir que el producto era nocivo para los seres humanos tuvo que retirarlo, al ser costosa su eliminación prefirió regalarlo a otros países como Colombia que acepto ese regalito, sin ningún estudio ni preparación se empezó a utilizar en regiones como el Tolima donde toda la flora y fauna fue exterminada por este producto, también la salud de los habitantes fue perjudicada seriamente por daños congénitos, malformaciones, abortos y múltiples enfermedades.
Abandono y profundo desprecio por la vida: La vida en un país como Colombia –se ha visto- parece no tener mucho valor. Las personas tienen poco respeto e interés por sus semejantes. Por ejemplo, en los Llanos Orientales,
La violencia contra la naturaleza: es algo que aún se ve en nuestros días nos muestra como Colombia cada día se convierte en un desierto ya que devastamos y arrasamos nuestras selvas y bosques con productos sobrantes que como todo país tercermundista recibe de países más grandes como es el hecho del agente naranja un producto que estados unidos utilizo en Vietnam y al descubrir que el producto era nocivo para los seres humanos tuvo que retirarlo, al ser costosa su eliminación prefirió regalarlo a otros países como Colombia que acepto ese regalito, sin ningún estudio ni preparación se empezó a utilizar en regiones como el Tolima donde toda la flora y fauna fue exterminada por este producto, también la salud de los habitantes fue perjudicada seriamente por daños congénitos, malformaciones, abortos y múltiples enfermedades.
Abandono y profundo desprecio por la vida: La vida en un país como Colombia –se ha visto- parece no tener mucho valor. Las personas tienen poco respeto e interés por sus semejantes. Por ejemplo, en los Llanos Orientales,
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